LA GRACIA DE DIOS DEBERÍA MARAVILLARNOS Y ABRUMARNOS.
Debería hacernos saltar de gozo para proclamar cuán asombrosa y maravillosa es la bondad de Dios. Gracias a la persona y a la obra de Jesucristo, no solo iremos al cielo, sino que debemos experimentarlo ahora mismo. Pero, ¿qué pasa si nuestra experiencia no está alineada con las promesas de Dios? ¿Es posible que solo conozcamos la capa superficial de gracia asombrosa?
En su característico estilo cándido y relajado, Frank Friedmann revela la belleza pura del Nuevo Pacto que nos lleva a la vida gloriosa con Cristo para la cual fuimos creados.
¿ESTÁS LISTO PARA SER MARAVILLADO POR LA GRACIA?
Extracto gratuito:
(TOMADO DEL CAPÍTULO 14)
La única forma de llevar fruto como cristianos
El mensaje que se escucha a menudo en la iglesia es: «¿Cuál es tu fruto? ¡Tienes que producir fruto! ¿Por qué no estás produciendo fruto?».
Los pámpanos responden: «Lo siento. Me esforzaré más esta semana».
La semana siguiente, se vuelve a plantear la misma pregunta: «¿Has dado fruto?».
Y nuevamente, la respuesta de los pámpanos: «Lo intenté, pero fallé».
En ese momento, cae la condenación. «¡Pámpano malvado, malvado en verdad!».
¿Qué ocurre inevitablemente? La vergüenza oscurece los corazones de los pámpanos y aparece la desilusión.
¿Cómo pueden ser estas las buenas nuevas que proclamó Jesús? No lo son.
El maestro somete al oyente bajo esclavitud para que actúe, y el oyente se lo permite. Este es un gran malentendido. La responsabilidad de un pámpano no es producir fruto, sino permanecer en Jesús. A menudo hay confusión aquí: ¿qué significa permanecer?
Permanecer, como se traduce en la Biblia, significa «vivir» o «habitar». En el Nuevo Testamento, aparece con dos usos distintos. En el primero, permanecer transmite una realidad determinada de nuestra vida en Jesús. Vivimos en él. Habitamos en él. Siempre será así, y nada podrá cambiarlo.
En el segundo, es una orden. Se nos ordena permanecer en él, vivir en él. ¿Qué significa eso? ¿Cómo se nos puede ordenar que hagamos algo que es parte de nuestra identidad en Cristo?
Primero, debemos entender que una vez que hemos llegado a la fe en Jesús, permanecemos en él definitivamente. Fuimos diseñados por Dios, y ese es nuestro modo predeterminado. Es como respirar, es lo que hacemos naturalmente en Cristo. ¿Caminas todo el día enfocándote en tu respiración? Ojalá que no, ¡sería agotador! De la misma manera, no tenemos que dar vueltas cada minuto del día preguntándonos: «¿Estoy cumpliendo? ¿Estoy permaneciendo?». Si estás en Cristo, estás permaneciendo. No necesitas pensar en eso. Es tan simple como eso. ¡Qué glorioso es esto!
Si eso es cierto, y lo es, entonces, ¿por qué Jesús nos ordenó permanecer? En mis años de enseñanza, he observado que la mayoría de las personas que están bajo la gracia luchan con la idea de que esto sea un mandamiento. ¡Los mandamientos son parte de la ley, y somos libres de la ley! Me resulta útil pensar en las palabras de Jesús aquí como una «invitación imperativa». Jesús nos invita a tomar la decisión de participar y de experimentar lo que ya tenemos.
Como resultado de nuestra elección de recibir a Cristo, poseemos la única fuente de vida verdadera que se puede encontrar en el universo, pero el Nuevo Testamento deja en claro que podemos ser tentados a buscar vida en otras fuentes (Santiago 1:13-15, Gálatas 1:6). Podemos optar por anular nuestro modo predeterminado y vivir en algún otro modo para buscar vida. Elegir hacerlo es como optar por contener la respiración: no es natural y nunca sale bien. Así es el pecado.
El hijo pródigo es un ejemplo poderoso de este tipo de pecado. Él era hijo y tenía un padre maravilloso. Todas sus necesidades se suplían en la relación que compartía con su papá. Sin embargo, el hijo decidió cambiar de modo. No quiso vivir en la casa de su padre; en cambio, se fue a un país lejano. Mala idea.
A pesar de su mala elección, nunca dejó de ser hijo, solo que no vivía como uno ni se parecía a uno. Su vida se volvió muy difícil y así continuó hasta que tomó la decisión de volver a casa. Regresó a la casa de su padre, donde podía vivir y disfrutar de la vida. Cuando regresó, descubrió que la vida con su padre estaba mucho más allá de lo que había conocido o imaginado antes.
Entonces, cuando Jesús nos extiende esta invitación imperativa a permanecer, nos está invitando a quedarnos en el mismo lugar. Él nos invita a rechazar la tentación de ir a un país lejano y a abrazar una relación más profunda con él. Debemos vivir donde hay vida: en Jesús. Hemos encontrado vida en Jesús, y ahí es donde debemos vivir: en él y desde él.
Jesús es nuestra fuente. De eso trata Juan 15. Como la vid, Jesús es el único que puede producir fruto, y producirá fruto en nuestras vidas si nos quedamos (permanecemos) en Él.
Volvamos al escenario anterior. El maestro en la iglesia pregunta: «Oigan, pámpanos, ¿ven fruto en sus vidas?».
Los pámpanos responden: «¡Lo estamos intentando, pero no funciona!».
Un verdadero maestro de la gracia responderá: «Pámpanos, permanezcan en Jesús. Ni siquiera intenten producir fruto. Ese es el trabajo de él, no el de ustedes. Habiten en la vid y observen cómo el fruto llega de forma natural».
Tenemos un mandamiento simple a seguir y es un cargo que todos DEBEMOS recibir. Hemos sido invitados de forma imperativa a vivir en una relación de confianza. 1 Tesalonicenses 5:24 dice: «Fiel es el que los llamó, y él lo hará».